Hace unos días leía un artículo en El País donde se comentaba que las plataformas digitales de vídeo bajo demanda (VOD) estaban ejerciendo presión para que el tiempo entre el estreno comercial de una película y su visionado en internet se redujera. Desde mi punto de vista, esto es totalmente lógico ya que actualmente se suele cumplir un plazo de 16 semanas entre ambas ventanas.
Se trata de una norma no escrita poco acorde con los tiempos que corren, especialmente si tomamos como ejemplo aquellas pequeñas o medianas producciones cuya vida en salas es bastante limitada. Quizás este tiempo de espera, estos cuatro meses, pueda tener un cierto sentido para los grandes taquillazos, los blockbusters cuya vida en salas es mucho mayor.
Para que una película salga adelante y tenga éxito, en este caso traducido a taquilla y audiencia, no basta con que sea buena. El trabajo de comunicación y marketing es muy necesario, fundamental, y estas campañas siempre se concentran en el estreno comercial en salas. Dejar que esa promoción muera antes de que el título llegue a las plataformas de vídeo bajo demanda es hacerle un flaco favor al cine. Y esto es precisamente lo que sucede debido a lo largos periodos de espera entre una ventana y otra.
Las personas que vivimos en grandes urbes como Madrid o Barcelona parece que a veces nos olvidamos de que hay más ciudades en España, lugares donde también hay grandes cinéfilos que quieren ver la última película independiente del momento pero que no pueden hacerlo porque no tienen cómo. Son personas que han escuchado hablar de estos títulos en los medios pero tienen que esperar cuatro meses para poder verla ya que en los cines de su ciudad no está en cartel. Si tienen un interés realmente especial, es posible que esperen. También es posible que simplemente ese interés se desvíe entre las muchas películas de las que escuchará hablar a lo largo de esos cuatro meses de espera. Y esto no tiene por qué suceder en pequeñas ciudades, sino también en las citadas Madrid o Barcelona, donde la oferta es más accesible pero donde no siempre la duración de las películas en cartel es favorecedora.
Esto no quiere decir que los exhibidores tengan que dejar de lado sus intereses. Sin duda ha sido un sector muy dañado en los últimos años: la piratería, la modernización de las salas y del equipo técnico… Todo estos elementos han hecho que muchas salas hayan tenido que cerrar. Sobrevivir ha sido complicado y todo apunta a que lo seguirá siendo, pero las demandas de los consumidores no pueden silenciarse.