Durante este periodo no hago más que escuchar hablar a todo tipo de personas tanto de los beneficios como de las desventajas del teletrabajo.
En un extremo se encuentran aquellos que nunca habían vivido la experiencia, que están acostumbrados a pasarse una media de dos horas al día en el transporte público o en el coche (una hora a la ida y otra a la vuelta) y que no suelen tener una buena relación laboral con sus compañeros. Y en el otro las personas acostumbradas a trabajar en pequeñas oficinas o coworking cerca de su casa, a realizar videollamadas y a resolver dudas sin necesidad de una reunión física a diario.
Y entre medias están el resto de trabajadores con todas sus realidades y circunstancias particulares, que no es poco.
Para aquellos que nunca habían tenido la experiencia de trabajar desde casa ha sido, en muchos casos, una experiencia reveladora. Por primera vez han descubierto los beneficiosos de no perder el tiempo en todos los sentidos: transporte, reuniones sin fin, interrupciones constantes de los compañeros.
Pero no nos engañemos, el teletrabajo también tiene su parte oscura. Quienes estamos acostumbrados a trabajar en estructuras «no convencionales» (si en algún momento has sido freelance, esto no te pilla de nuevas), lo sabemos bien.
¿La solución para nuestro estilo de vida?
Tener el poder de organizar el tiempo, independientemente de estar o no en una oficina a diario, ofrece una libertad inédita porque permite organizar otros aspectos de nuestras de vida de manera más flexible. El problema de esta flexibilidad es que muchas veces viene asociada con la pérdida de los horarios. Y es aquí cuando comienza el verdadero peligro.
En ocasiones se dejan de respetar aspectos tan básicos como el descanso del trabajador o trabajadora. Es común que se sobreentienda que al estar en casa siempre se tiene que estar disponible, cuando en realidad se deberían marcar unos horarios y unos límites exactamente igual que cuando se trabaja desde una oficina física.
Por lo tanto, ¿es el teletrabajo realmente la solución? Está claro que sí lo ha sido durante el confinamiento, pero sinceramente no creo que lo vaya a ser de manera integral durante la «nueva normalidad».
Soy una gran defensora de la optimización del tiempo en cualquier ámbito de la vida, y especialmente en el trabajo. No obstante, creo que las personas necesitamos vernos de vez en cuando (más allá de la reuniones de Zoom), tener reuniones creativas de tú a tú, empatizar con los clientes y con nuestros compañeros y compañeras. Y para conseguirlo un cierto contacto físico es necesario.
Creo firmemente que nuestra salud mental nos pide (en mi caso me exige) diferenciar entre espacios de trabajo y espacios de desconexión. Es decir, usar el salón de casa para trabajar, cenar, leer, ver la tele y tener conversaciones con tu familia al principio puede ser conveniente, divertido y liberador. A la larga, o por lo menos desde mi experiencia, la sensación que te aporta es precisamente la contraria.
Por lo tanto, ¿teletrabajo sí o no? No hay respuesta correcta ya que en función del momento vital de cada persona una opción será más óptima que la otra y gracias a ella ser más productivo y feliz (o lo contrario) con su trabajo y estilo de vida.
Pero partiendo de esta base, si personalmente tuviera que decantarme por una opción optaría por una fórmula mixta. De esta manera se podría elegir si se quiere trabajar desde casa algunos días de la semana y otros ir a la oficina.
Puede que esta manera de trabajar híbrida venga para quedarse definitivamente. Aunque aún es pronto para saberlo, todo apunta a que a partir de septiembre esta será la fórmula que adopten las grandes corporaciones.
Igual que no creo que el teletrabajo al 100% sea válido para la mayor parte de los trabajos, tampoco creo que las antiguas estructuras lo sean. La flexibilidad, entendida correctamente, es la mejor manera para que la vida laboral y la personal dejen de luchar y aprendan a coexistir.
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