Durante este periodo no hago más que escuchar hablar a todo tipo de personas tanto de los beneficios como de las desventajas del teletrabajo.
En un extremo se encuentran aquellos que nunca habían vivido la experiencia, que están acostumbrados a pasarse una media de dos horas al día en el transporte público o en el coche (una hora a la ida y otra a la vuelta) y que no suelen tener una buena relación laboral con sus compañeros. Y en el otro las personas acostumbradas a trabajar en pequeñas oficinas o coworking cerca de su casa, a realizar videollamadas y a resolver dudas sin necesidad de una reunión física a diario.
Y entre medias están el resto de trabajadores con todas sus realidades y circunstancias particulares, que no es poco.
Para aquellos que nunca habían tenido la experiencia de trabajar desde casa ha sido, en muchos casos, una experiencia reveladora. Por primera vez han descubierto los beneficiosos de no perder el tiempo en todos los sentidos: transporte, reuniones sin fin, interrupciones constantes de los compañeros.
Pero no nos engañemos, el teletrabajo también tiene su parte oscura. Quienes estamos acostumbrados a trabajar en estructuras «no convencionales» (si en algún momento has sido freelance, esto no te pilla de nuevas), lo sabemos bien.