Después de casi dos meses de que se implantara el estado de alarma por la COVID-19, parece que vamos viendo algo de luz al final del túnel. Aunque esta luz aún se encuentre bastante lejos y tampoco nos convenga correr para alcanzarla. Sin embargo, como todas las personas autónomas o freelance (y vaya, como cualquier persona ahora mismo), no puedo evitar que me ronde por la cabeza una pregunta de manera constante… «¿Y ahora qué?».

Este «¿y ahora qué?» se podría aplicar a muchos aspectos de la llamada «nueva normalidad». Cómo nos vamos a poder relacionar en los próximos meses, vivir nuestros momentos de ocio fuera de casa, cómo será nuestra relación entre consumo-naturaleza-sostenibilidad, y también cómo vamos a poder desarrollar nuestro trabajo a partir de ahora.

Todos sabemos que el trabajo es lo que nos da sustento, nos permite pagar los alquileres, la comida, la ropa, las vacaciones… Sin embargo yo siempre lo he entendido como algo más, como una forma de vida, una manera de definir quién eres, de aprender y de crecer como persona. Sinceramente, no me imagino la vida sin trabajo, porque a pesar de las largas jornadas y de los momentos de cansancio, la mayor parte del tiempo disfruto con lo que hago.

Posiblemente por eso fundara hace ya unos años Flamingo, la agencia de comunicación y marketing de las industrias culturales. Sin embargo, en este nuevo entorno en el que precisamente la cultura y el ocio se encuentran entre los sectores más afectados, ¿cómo podemos hacer frente ante esta crisis para sobrevivir y no dejar de lado aquello que nos define como profesionales y por lo tanto como personas? No parece una tarea fácil.

¿En qué estado estamos?

«Gobiernos y entidades privadas están obligados a poner recursos para evitar que el coronavirus destruya el tejido que sostiene a los creadores», así se afirmaba en un artículo de hace un par de semanas publicado en elpais.com. Porque la cultura no es solo un bien de primera necesidad, también es rentable. A veces se nos olvida, pero este sector aporta a nuestro país 40.000 millones de euros (3,2% del PIB del 2019), y da trabajo a más de 70.000 personas. 

Y sin embargo no es nuevo que las industrias culturales (cada una sin excepción: cine, música, danza, teatro, literatura…) siempre han estado en la cuerda floja. Por lo tanto se podría decir que aquellos que pertenecemos de alguna manera a estos sectores jugamos con ciertas ventajas: resiliencia, capacidad de reinvención y creatividad. Y es cierto, pero tampoco hay que ser naíf y dejarnos invadir por los mensajes de «todo va a salir bien», porque para que todo salga bien hay que hacer algo al respecto. Esto siempre ha sido así, con y sin coronavirus. Está claro que el factor suerte existe, pero está más claro aún que el trabajo y la constancia siempre acaban dando resultados.

Ahora mismo y más que nunca nos va a tocar sacar a relucir estas cualidades y apoyarnos entre nosotros, cada uno en su sector pero también como industrias culturales en su conjunto. También plantearnos qué podemos aportar a la situación actual y hacer todo lo que esté en nuestra mano para adaptarnos a ella. Básicamente porque no nos queda otra.

Este periodo de confinamiento ha sido para muchos un momento de digitalización forzada y de pérdida de miedos ante una tecnología que aunque nunca va a sustituir el factor humano, solo va a incrementar su presencia e importancia. Si nos olvidamos de ella cuando regresemos a la «nueva normalidad» volveremos a ser vulnerables y carentes de recursos, además de perder muchas oportunidades buenas e interesantes.

En estos momentos todos los proyectos en los que estoy (estaba, ahora pospuestos hasta nuevo aviso) trabajando pertenecen al sector audiovisual. Precisamente aquí estoy viendo un gran movimiento y gestos de unidad entre las diferentes partes (productoras, distribuidoras, exhibidoras). Destaco esta particularidad porque a pesar de la gran crisis que se nos avecina post confinamiento, estos gestos pueden ser el comienzo de algo importante.

En el cine siempre se habla de poner en valor el sector y convertirlo en una verdadera industria, como ya pasa en otros países. Ahora puede ser el momento de trabajar en ello. Inicialmente se puede plantear como pura supervivencia cortoplacista, pero sin duda también tendrá sus beneficios en el futuro.

Aún nos quedan muchos aspectos por conocer, como por ejemplo las ayudas y medidas paliativas que finalmente se aprobarán desde el Gobierno, y también si el 25 de mayo podrán abrir los cines, teatros y salas de conciertos con un tercio del aforo. Porque más allá de las precauciones sanitarias, habrá que estudiar si realmente sale rentable abrir estos locales para un tipo de aforo tanto reducido además de contemplar el tipo de contenido que se va a poder ofrecer al espectador. En el caso de los cines, está claro que ninguna distribuidora se va a arriesgar a poner un posible taquillazo, que es lo que atrae a más público, en estas circunstancias.

No sería raro que llegada la fecha muchos decidieran esperar hasta finales de junio cuando, si todo va bien y no hay ningún repunte, parece que acabaríamos este periodo de confinamiento. Pero eso, más allá de ser ciudadanos ejemplares y seguir todas las recomendaciones, ya no está en nuestras manos.

Mientras tanto solo nos queda seguir luchando, trabajando, reinventándonos. Al fin y al cabo es lo que siempre hacemos, ¿no?